lunes, 26 de septiembre de 2011

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No recuerdo la última vez que me reí a carcajadas. Es preocupante. No recuerdo dónde, ni cómo, ni con quién; ni tan si quiera recuerdo el porqué. 
Me gusta llorar de la risa, quedarme sin respiración, que me duelan las mejillas, no sentir los abdominales... me gusta ser feliz. Y desde hace mucho tiempo no lo consigo. 
Parece que hoy por hoy solamente hay lágrimas de rabia en mis ojos; las de alegría llevan en huelga mucho tiempo y no sé cuándo mierdas piensan ponerse a trabajar, pero creo que ya era hora de que lo hicieran.

Quiero reír y llorar a la vez, joder.

sábado, 17 de septiembre de 2011

respect one's elders.




Cuando sea mayor quiero ser diferente, ir a contracorriente. Cuando mi vejez se empiece a notar, desearé acentuarla aún más. 
Mientras los demás se tiñan el pelo, yo contaré mis canas. Mientras otros se hagan liftings yo le sacaré fotos a mis arrugas. 
Porque cada cana, cada arruga, cada síntoma de vejez... será una muestra de sabiduría ante los demás. ¿Por qué esconderlo entonces?
Además, el pelo blanco mola mogollón jajaj.



No me quites las canas 
Que son mi nobleza:
Cada cana es la huella de un rayo
Que pasó, sin doblar mi cabeza.

Dame un beso en las canas, mi niña:
¡Que son mi nobleza!


Poema de José Martí



jueves, 8 de septiembre de 2011

just-human.

Prueba a mirar a un bebé a los ojos y dime qué ves. Nada, nada en absoluto; es imposible. 
Son demasiado especiales como para que lo entendamos. Los que ya están llenos de prejuicios, ahogados de conocimientos... nunca podrán hacerlo. Porque un niño, al fin y al cabo, tan solo es un niño pero, aún así, es lo único que representa la pura esencia de nuestro ser.          La esencia de aquello que todos compartimos y que, por ello, sorprende y encandila a cualquiera con un mínimo de corazón.

Los ojos son el espejo del alma y, cuando te atreves a mantener la mirada ante algo tan poderoso, te das cuenta de la verdadera naturaleza del hombre. De que todos y cada uno de nosotros tenemos algo en común. De que todos, como humanos, tendemos al bien.

Dicho esto, no sé cómo todavía quedan "personas" que se atreven a jugar con nuestra única oportunidad de recuperar aquello que perdemos tarde o temprano: nuestra humanidad. No me cabe en la cabeza cómo alguien puede herir algo tan delicado como es un niño... se escapa de mi razón.


domingo, 4 de septiembre de 2011

neither-stone-nor-ice.


   Pregúntale a cualquiera de mis amigos si es fácil hacerme llorar, si suelo asustarme, si me han visto muchas veces derrumbada... No hace falta que lo hagas porque te respondo yo rotundamente que no. No por nada, es que es cierto; si se trata de mí, me importa todo una mierda. Así que ya me pueden hacer lo que quieran, que seguiré tan imperturbable como siempre. 

   Ahora, que yo aparente ser de piedra no quiere decir que, en el fondo, lo sea. De hecho, padezco una enfermedad: empatía. Y te preguntarás cómo puede ser eso posible si se supone que es una cualidad. Te lo explico: un poco está bien, pero la mía brota por mis venas en cantidades demasiado abundantes. Odio el mal ajeno, detesto ver sufrir a los demás y no soporto escuchar llantos. Nunca le deseé el mal a nadie y nunca se lo desearé ni a mi peor enemigo porque no. Porque si se trata de los demás es diferente. Mi mundo se para si mi prójimo se encuentra peor que yo; se para de golpe y los frenazos que da cuando se detiene sí que me hacen llorar como un bebé. Pero he de decir que es mucho mejor esto que el extremo opuesto. 

   Todos hoy día crecemos en una sociedad en la que la vacuna contra la empatía ha conseguido erradicar este sentimiento por completo. Y sólo unos pocos somos los enfermos, los casos perdidos que no han hallado la cura. De lo que no se dan cuenta aquellos a los que la empatía no les compete en absoluto, es que hay un efecto secundario a largo plazo en dicha vacuna: el frío. Los que gozan de esa "cura" se acaban convirtiendo en estatuas de hielo.

   Y no sé si os habréis dado cuenta pero el hielo, tarde o temprano, acaba por derretirse. Gota tras gota cae al suelo como si de lágrimas se tratase. Pero no lágrimas por los demás, sino por ellas mismas, por culpa de lo que son; frías estatuas a las que nadie quiere acudir, porque... ¿quién quiere llorar sobre un hombro helado? Nadie.

Por eso prefiero ser una enferma que llora al ver una película en lugar de una privilegiada que, al final, se acabará convirtiendo en un charco de agua en el salón.