martes, 29 de noviembre de 2011

la, lara, laralalalalala.

Me encanta sonreír a la vida. Hasta cuando ésta me putea, adoro enseñarle los dientes.. 

Normalmente, la gente se cabrea si algo le sale mal, se caga en todo y le echa la culpa a los demás. Hace tiempo  aprendí que vale más disfrutar de esas pequeñas malas rachas de suerte en lugar de fruncir el ceño. 
Si te caes al suelo, no disimules, es mejor que te rías (además, el ridículo es menos si se comparte); si empieza a diluviar, no te tapes, será mejor que sientas cómo el agua empapa tus playeros; si  te pegan un guantazo, no te quejes, hazle burla al otro por lo suave que fue su golpe. 
Así, le quitarás hierro a todo hasta que llegue un punto en el que cualquier cosa, cualquiera... te reporte felicidad.

Y como pretendo conseguir eso, ahora canto en alto si voy por la calle, meriendo mientras voy de un sitio a otro y me tiro en el suelo si me apetece. Y parece ser que, seguir mi propio consejo, me está ayudando a ser la tía más happy del universo.




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